Fenomenología de la percepción visual
Los avances más recientes en el estudio de la fisiología de la función cerebral humana relacionada con el aprendizaje muestran que la visión, no sólo cumple una multiplicidad de funciones que perfeccionan los modos de conocer, sino que además la experiencia procesada por las áreas cerebrales específicas vinculadas a la visión es predominante en la formación del conocimiento.
Los neurocientíficos aseguran que un tercio del total de la corteza cerebral participa sólo en el procesamiento de la visión, lo que equivale a un consumo de unas 150 kilocalorías diarias en un adulto promedio.
La actividad cerebral resulta de la combinación sinérgica del trabajo de miles de millones de células nerviosas para generar una experiencia consciente.
Cada una de esas células es una diminuta máquina biológica autónoma y especializada; sabemos con cierta aproximación qué hace y más o menos de la forma en cómo lo hace, pero estamos muy lejos de poder replicarlo.
La perspectiva de lograr una inteligencia artificial que funcione como la inteligencia cerebral humana consciente es apenas una noción ilusoria.
La idea más divulgada es que no sabemos nada sobre cómo el organismo da lugar a la conciencia: incluso se dice que está más allá del alcance de las ciencias.
Hasta hace algún un tiempo, las personas pensaban que la propiedad de estar vivos –aún cuando se tratase de un microorganismo o una mera célula– no podría explicarse mediante la física y la química: la vida tenía que ser algo más que una maquinaria natural.
Hoy hemos cambiado ese punto de vista gracias a las profundas explicaciones de los biólogos, y hablamos con conocimiento de mecanismos como el metabolismo, la homeostasis, la reproducción, no como producto de la acción de fuerzas mágicas, sino como procesos comprensibles.
La vida ya no es un misterio elemental, y así como sucedió con la vida, ocurre con la conciencia.
Al explicar las propiedades en términos de entidades inteligibles que se producen dentro del organismo gracias –en particular– a los avances en la obtención y el procesamiento de imágenes, el misterio de la conciencia –que parecía irresoluble– se devela.
De hecho, en las últimas décadas hubo una explosión de trabajos científicos que refutan la concepción hermética.
La conciencia del mundo
Sólo con abrir los ojos y miraral despertar, miles de millones de neuronas y billones de sinapsis hacen posible la conciencia del universo que nos rodea.
La luz penetra por el orificio de la pupila, es convertida en estímulos electroquímicos por la retina, y dirigida al nervio óptico:
- Una parte importante de la señal percibida como luz se dirige a la parte más posterior del cerebro, llamada corteza visual primaria, que sólo es capaz de comprender la geometría de las formas más sencillas y luego irradiar la información que no “entiende” hacia otras áreas.
- Unas 30 partes menores de la corteza cerebral se encargan de descifrar de modo selectivo a aquellas partículas de información redirigidas por la corteza visual primaria; de estas porciones neuronales, nos interesan en particular 3:
- El sistema ventral, que es la parte del cerebro que reconoce qué es cada cosa (una mesa, una silla, una lámpara).
- El sistema dorsal que ubica a cada cosa en el espacio físico como si trazara un mapa mental de la posición relativa de cada cosa.
- El sistema límbico, en la parte más interna del cerebro, que es donde reside el instinto, y tiene la facultad de sentir, de activarse ante el movimiento, el color, las formas y los patrones organizativos.
La combinación de las tareas de estos centros de procesamiento nos ayuda a crear significado en condiciones muy diferentes:
- El ojo interroga “visualmente” a lo que mira.
- El cerebro procesa en paralelo la parte visual de la información mientras se hace innumerables preguntas acerca de lo que “ve”.
Al final, se crea un modelo mental unificado de la escena ante nosotros y de sus componentes más relevantes para la situación presente.
El cerebro está encerrado dentro de una caja ósea donde no hay luz ni sonido, sólo impulsos eléctricos y procesos físico-químicos complejos cuya relación con el mundo exterior está muy mediatizada.
La percepción tiene que ser por consiguiente un proceso de conjeturas informadas donde el cerebro combina las señales sensoriales percibidas con sus expectativas o creencias anteriores sobre cómo es el mundo y así entender qué causó esos estímulos.
El cerebro no ve, no oye, no toca, no huele: lo que percibimos es la suposición más admisible sobre qué es ese mundo que el cerebro interpreta.
Para esto utiliza las expectativas más arraigadas en los circuitos de la corteza cerebral dedicada a la visión para crear una imagen aceptable.
¿Vemos lo que es?
La educación nos ha acostumbrado a pensar en el sentido de la visión como si fuese una cámara fotográfica o, mejor,una videocámara, que sólo toma imágenes neutrasde unarealidadque suponemos objetiva.
Según esta noción, el ojo humano posee una lente –conformada por la córnea, la cámara de humor acuoso y el cristalino, con un diafragma regulador llamado iris– capaz de enfocarse en una escena y proyectarla hacia la parte posterior sobre un sensor (la retina) donde hay unos 130 millones de fotorreceptores que captan los detalles.
Cada ojo es algo así como una poderosa cámara de 130 megapíxeles.
Sin embargo, esta explicación no satisface los más mínimos alcances del complejo proceso de la percepción visual.
Cuando vemos, no tomamos un registro fiel y preciso de la escena que observamos, sino más bien hacemos una interpretación ordenada y bastante simplificada de figuras, formas, colores y movimientos.
Esta interpretación es creativa: construimos en tiempo real la entidad de lo que vemos, que es la situación que necesitamos percibir en el momento preciso en que experimentamos la visión.
La comprensión de la escena no es una elaboración directa surgida de las imágenes proyectadas sobre la retina, no se construyen todas las partes a la vez.
La visualización es un proceso en el que la pequeña porción de información adquirida completa a la vasta cantidad de información faltante con datos aprendidos con anterioridad, con inferencias, presupuestos e ideas arraigadas con fuerza diversa.
La percepción visual no se circunscribe a construir a partir de los estímulos filtrados y reconstruye la realidad presente sobre conocimientos adquiridos e innatos.
Cuando miramos una película en una pantalla no vemos el plano estático bidimensional que la pantalla es: interpretamos la secuencia de imágenes expuesta como si se tratara de un espacio tridimensional en movimiento, y creemos con firmeza y sin dudar en el desarrollo de los contenidos que se nos muestran.
Si en la película de la pantalla o frente a nosotros mismos vemos una mesa y la reconocemos como una mesa es porque, en verdad, interpretamos la imagen de ese objeto como consistente con lo que sabemos de antemano que es una mesa.
Puede que sólo sea visible una sola pata, y que el tablero esté cubierto por un mantel sobre el que hay varios objetos diseminados, y aún así “vemos” una mesa completa, es decir que vemos lo que necesitamos ver.
La educación convencional nos infunde la idea de que la precisión es una ventaja evolutiva y de que una percepción visual más certera mejora nuestra capacidad de supervivencia, concepto que no es necesariamente verdadero, ya que está condicionado por otros factores.
Aunque pueda considerarse una obviedad, la evolución no es favorecida por la precisión y sí por la adaptabilidad, esto es, la capacidad de adaptación.
La precisión requiere detalles, y los detalles demandan tiempo, pero por sobre todas las cosas, recursos.
Los recursos son caros y escasos, caros porque son escasos, o escasos porque son caros.
Todas las ecuaciones evolutivas manifiestan que las conductas adaptativas ocultan la mayoría de los detalles de la realidad que les son superfluos o redundantes para ganar eficiencia.
En cada escena percibida por nuestro sistema visual, los objetos no son tales, son íconos que de alguna manera ya formaban parte de nuestro conocimiento.
Los comportamientos que adoptamos respecto a esos íconos no se deben a que razonemos que son de verdad, reales; más bien sucede que hemos diseñado voluntaria e involuntariamente a nuestra percepción para reaccionar de modo apropiado, para adaptarnos a las circunstancias y sobrevivirlas.
Sabemos que la película de la pantalla no es real, y sin embargo tomamos en serio lo que “sucede” en ella, sin interpretarla de manera literal.
El cerebro no registra al mundo como una fotografía o una película; en su lugar, crea una serie numerosa y organizada de modelos mentales, una colección de fragmentos significativos que toma de cada proceso cognitivo.
La información sensorial que alcanza al cerebro no cambia en absoluto respecto a lo que traducen los fotorreceptores y trasladan los nervios en forma de impulsos eléctricos.
Lo que ocurre es que el cerebro trata de hacer la mejor conjetura acerca de las causas que dieron origen a esa información sensorial.
La percepción, entonces, no es responsiva sino especulativa; trata de comprender, no de registrar, y de responderse, no de reaccionar.
La percepción no es un sistema pasivo que depende sólo de las características propias de las señales que llegan al cerebro desde el mundo exterior, sino más bien un motor activo que genera las predicciones cognitivas que fluyen en el sentido inverso.
El mundo que experimentamos viene más de los contraestímulos que se producen de adentro hacia afuera que de las señales precisas que llegan de afuera hacia adentro.
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